

No están tan lejos Gran Torino de El curioso caso de Benjamín Botón. En la primera, el protagonista total es un viejo malhumorado, cascarrabias y necesitado de cariño, que siente que su tiempo se acaba y que necesita dejar su legado a alguien que se lo merezca. Difiere con Benjamín en qe su vida sí se adivina extraordinaria, de héroe de guerra que pasa a trabajador normal y moliente con una pasión oculta, su Gran Torino de 1972.
No ha sido un gran padre ni marido y necesita redimirse en sus últimos momentos. Siente que tiene que ayudar a un descendiente de aquellos asiáticos que mató en la guerra, no solo como forma de expiar sus pecados (la cultura católica bastante presente en este viejo irlandés llamado Clint Eastwood en sus últimos films, una religiosidad típica de los ancianos que parodia de alguna forma aquí), sino por el deber moral de apoyar a alguien que quiere progresar, que es válido como persona a sus ojos. Ve que la familia coreana de la casa de al lado conserva unos valores familiares que su propia gente ya ha perdido, y dentro del género ochentiano del justiciero de barrio a lo Charles Bronson, se dispone a defenderlos y a impartir justicia a tiros y puñetazos, dentro de sus posibilidades biológicas.
Eastwood plantea una vez más, su propia práctica moral y religiosa (a su manera no ortodoxa) del cristianismo, como ya hizo su personaje en Million dollar Baby. Podría ser el mismo tipo, un Harry Callahan retirado, un cowboy solitario que imparte el bien aunque sea a tiros, y después marcha hacia el horizonte como Lucky Luke. En este caso, su viaje es al Más Allá, porque Clint Eastwood es consciente de su edad y de que le quedan pocos cartuchos en la recámara.
No es de sus mejores películas, pero es grande porque es suya y no decepciona. Un clásico.
Y la musiquilla, suya, de su hijo y de Niehaus como siempre. Melancólica, fantástica. un tío sensible ahí donde le véis.
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