
Peter Ustinov dando grima como decadente romano, divirtiendo como hombre perro de Brooklyn o fantasma pirata de la Disney, incluso calando ironía como Hércules Poirot.
Esa infinidad de orientales émulos de Bruce Lee que se debatían siempre en los mismos conflictos violentos de honor y pelucas ("..mataste a mi maestro, prepárate a morir con mi nuevo y secreto golpe!!..") en películas de Hong Kong. Jean Paul Belmondo y su nariz de boxeador repartiendo golpes con su cínica y triste sonrisa, Alain Delon, mejor en sus aventuras de capa y espada que en los policíacos. Por supuesto, Terence Hill y Bud Spencer, los que más han sobrevivido en las parrillas televisivas, pero también los western y las comedias picantes de Giuliano Gemma y Ornela Mutti, las pelis de monstruos nipones gigantes y sobreactuados, los chuscos melodramas criminales turcos, las coproducciones de Fu Manchú con Christopher Lee, la Hammer, esas peleas imposibles de Waldemar Daninsky con vampiros y yetis, Jorge Negrete cargando con sus canciones en producciones mexicanas de espadachines, Johnny Weismüller y los tarzanes que le siguieron, pero ninguna como aquella su Jane.
Ahora que pienso, si la media sonrisa boba y atractiva de Indy en algunos momentos es algo característica, antes de él una amplia sonrisa de dientes blancos parecía algo común. En Burt Lancaster y sus héroes saltimbanquis y sus westerns, Stewart Granger, Errol Flynn y los mencionados antes, entre otros muchos.
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