
Lo más difícil de conseguir en el cine, o en el teatro, es transmitir verdad.
Credibilidad, realismo. Malena Alterio lo consigue, al igual que en parte, Esperanza Pedreño, aún atada a su famoso personaje televisivo de la Cañizares. La película se crece con las escenas que comparten las dos protagonistas, su particular historia de amistad y amor fraterno. En un Madrid muy real y cercano, estas dos mujeres que naufragan en sus todavía jóvenes vidas, transmiten la proximidad de dos personas que podríamos conocer en la puerta de al lado. Un mundo de clase trabajadora, urbano, de esperanzas frustradas y de gente que no sabe amar, ensimismada.
El materialismo, el aislamiento que nos hace distanciarnos de la familia, de los valores, de la espiritualidad que no cabe en el duro asfalto. Gente sola en la gran ciudad, que se agarra a cualquiera como un clavo ardiendo. He conocido a algunos así en Madrid, yo mismo a veces, he sentido esa soledad rodeado de la masa. Es bastante duro. Pero existen personas que se crecen en la adversidad, que animan con su generosidad y buen carácter a los demás, pequeños héroes del día a día. A ellos hay que agradecerles su presencia benéfica en esta tierra, difícil para todos.
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