

Las mejores películas son las que se sueñan, se imaginan, se crean en un momento mientras esperas el autobús o mientras trabajas en una cadena de montaje aburrida y repetitiva.
También, otras veces, la mejor película no es una sucesión de imágenes, sino sólo una secuencia que refleja un rostro humano, casi siempre femenino, y existen obras maestras en las que a modo de saludo, despedida, conclusión, complicidad, terror o guiño, o simplemente algo no racional ni nombrable, ese rostro mira a la cámara y cae un fundido a negro y la película se acaba, sube la música, aparecen los títulos de crédito y salimos del cine pensando.
Uno de mis comienzos favoritos es la primera secuencia de Bailar en la Oscuridad, de Lars Von Traer. Una pantalla en azul durante largos minutos , va subiendo la música instrumental y ésta te va contando, si estás atento y tú mismo como espectador, sumido en la oscuridad de la sala, escuchas y sientes, te va contando la historia del personaje que interpreta Björk. Un clásico moderno del cine, por encima para mí de Dogville.
Bailar en la oscuridad llega a las mismas alturas que Rompiendo las olas, una espiritualidad nórdica y luterana, grave y sublime, que muestra un cine básico, atemporal, …(aquí se corta el texto. El consejo editor de este blog piensa que el autor se fue corriendo a un videoclub snob de la calle Hortaleza a alquilar las pelis más cristianas de Dreyer y Bergman y se quedó totalmente pillado, por lo que no pudo seguir escribiendo y …)
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