Vete de mí, ¿y quién quiere tener hijos si te sacarán los ojos como cuervos?
Si esto fuera como en la madre naturaleza, como esas especies de pájaros que incuban los huevos, y cuando nacen los polluelos, les enseñan a volar y que se busquen la vida, y ya no los vuelves a ver más. Y lo mismo con los padres, después de haber vivido con ellos los años suficientes, irse de casa y no molestarles nunca más y así no soportarles tampoco más a ellos. Pero no es tan fácil, y menos en España. Esta película podría triunfar en países vecinos como Portugal, Francia e Italia, seguramente porque refleja problemáticas parecidas. Quizá en los países anglosajones, donde no hay esa poderosa liaison familiar mediterránea, la cosa se vea de otra manera.
Padres sesenta y ochistas que abdicaron de sus responsabilidades convencionales, hijos buitres, seductores taimados que buscan la estabilidad cómoda materialista y que descubren la responsabilidad al convertirse en padres de sus propios padres cuando les llega la crisis de la vejez, la frustración de lo no conseguido.
El Botto ha conseguido en esta película todo mi perdón. Ha aprendido a actuar, lo hace bien, te lo crees, parece bien dirigido, improvisa, está a la altura de Juan Diego, este maestro que borda, recrea, ES el personaje, uno de los mejor construidos a nivel de guión, y sobretodo, pura creación del actor, Goya merecidísimo. Juan Diego podría ser mi padre o el tuyo, aunque más bohemio, retrato de esa generación de perdedores a los que la libertad llegó tarde. El Botto podría ser yo o mi primo, treintañeros algo perdidos, pero felices, seductores, caraduras a veces, que viven al día y que hacen del palacio del progenitor cansado y derrotado, un trono friki con playstation que quizá a escondidas, el padre que se lo regaló, use a escondidas, clandestinamente, o vea el porno que el hijo le alquiló sin esconderse de la dependienta. Padre e hijo complementarios. Por fin aceptados el uno al otro, perdonándose sin exigirse ni pedirse nada.
Desde que ví la ópera prima de Víctor García León, supe que este autor tendría futuro, porque sabía crear personajes, sabía dotarlos de profundidad y dinamismo, porque sabía contar historias que te llegaban. Personas superadas por los acontecimientos, que tienen que cambiar, evolucionar, que se encuentran con la vida, con la decepción, con la frustración, y ponen cara de sorpresa y patetismo.
Son esos personajes que encuentro en cierto cine social ruso y en la jeta de Bill Murray.
Esto me ha recordado que no está tan lejos Flores rotas, de Jim Jarmusch, de esta película. Juan Diego podría tener la misma conversación con ese joven vagabundo que Murray encuentra en una hambuguesería y al que cree su hijo.
*Veo con mucho interés esta moderna homologación del mejor cine español con el resto de cine europeo de autor y cine norteamericano independiente.
Si esto fuera como en la madre naturaleza, como esas especies de pájaros que incuban los huevos, y cuando nacen los polluelos, les enseñan a volar y que se busquen la vida, y ya no los vuelves a ver más. Y lo mismo con los padres, después de haber vivido con ellos los años suficientes, irse de casa y no molestarles nunca más y así no soportarles tampoco más a ellos. Pero no es tan fácil, y menos en España. Esta película podría triunfar en países vecinos como Portugal, Francia e Italia, seguramente porque refleja problemáticas parecidas. Quizá en los países anglosajones, donde no hay esa poderosa liaison familiar mediterránea, la cosa se vea de otra manera.
Padres sesenta y ochistas que abdicaron de sus responsabilidades convencionales, hijos buitres, seductores taimados que buscan la estabilidad cómoda materialista y que descubren la responsabilidad al convertirse en padres de sus propios padres cuando les llega la crisis de la vejez, la frustración de lo no conseguido.
El Botto ha conseguido en esta película todo mi perdón. Ha aprendido a actuar, lo hace bien, te lo crees, parece bien dirigido, improvisa, está a la altura de Juan Diego, este maestro que borda, recrea, ES el personaje, uno de los mejor construidos a nivel de guión, y sobretodo, pura creación del actor, Goya merecidísimo. Juan Diego podría ser mi padre o el tuyo, aunque más bohemio, retrato de esa generación de perdedores a los que la libertad llegó tarde. El Botto podría ser yo o mi primo, treintañeros algo perdidos, pero felices, seductores, caraduras a veces, que viven al día y que hacen del palacio del progenitor cansado y derrotado, un trono friki con playstation que quizá a escondidas, el padre que se lo regaló, use a escondidas, clandestinamente, o vea el porno que el hijo le alquiló sin esconderse de la dependienta. Padre e hijo complementarios. Por fin aceptados el uno al otro, perdonándose sin exigirse ni pedirse nada.
Desde que ví la ópera prima de Víctor García León, supe que este autor tendría futuro, porque sabía crear personajes, sabía dotarlos de profundidad y dinamismo, porque sabía contar historias que te llegaban. Personas superadas por los acontecimientos, que tienen que cambiar, evolucionar, que se encuentran con la vida, con la decepción, con la frustración, y ponen cara de sorpresa y patetismo.
Son esos personajes que encuentro en cierto cine social ruso y en la jeta de Bill Murray.
Esto me ha recordado que no está tan lejos Flores rotas, de Jim Jarmusch, de esta película. Juan Diego podría tener la misma conversación con ese joven vagabundo que Murray encuentra en una hambuguesería y al que cree su hijo.
*Veo con mucho interés esta moderna homologación del mejor cine español con el resto de cine europeo de autor y cine norteamericano independiente.
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