Recuerdo que AFTERSUN la vi en Diciembre en Córdoba, en una pequeña sala, rodeado por una familia extranjera que parecía escandinava, muy apropiada, y una pareja de amigos o novios cordobeses, que por sus conversaciones parecían cinéfilos o cinéfagos, que es lo que se lleva ahora. Esta sencilla película, triste, inquietante y demoledora, me llegó porque vi analogías con mi propia situación personal.
Ayer mismo vi en una sesión de v.o., Babylon, que me gustó más de lo que pensaba, y éramos dos en la sesión, un tipo de unos cuarenta años, quizá extranjero, que se salió a las 2 horas y media, y yo que aguanté las 3 horas y 6 minutos que no se me hicieron tan largas, sobre todo porque el final te reconcilia con todo el trayecto. En caliente, me pareció una obra maestra. Ya descansado y un día después, me parece una gran película, pero ojo, para los que amamos el cine profundamente, y comprendo que al resto de los mortales no les interese tanto. El director, aunque no lo parezca, realiza un ejercicio de humildad cuando mediante su personaje principal, se posiciona en la historia del cine, como un espectador fascinado. En ese momento, cualquiera, mi padre, que vio muchas películas y disfrutó del séptimo arte (mayor, no menor, como se defiende en esta cinta), y yo, somos Manuel, el mexicano protagonista.
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