Le faltan cinco minutos, y un protagonista más carismático para ser una obra maestra. La película se debería llamar Sator.
Sator, el personaje interpretado por Kenneth Brannagh, se come al protagonista y al resto. Compone a un Otelo ruso detestable, pero con entidad. Es un villano nihilista, un pobre diablo incapaz de querer a nadie, sólo de poseer, que maltrata a su mujer y que no quiere a su hijo, pero también tiene sus chispas de lucidez. El agente compañero, que interpreta Pattison, quizá su amigo, también dota al film de cierto carisma, y le muestra su identidad y destino. Pero esta película, después de vista y disfrutada, concita debates y darle vueltas al argumento. Aún lo estoy haciendo...
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