La sensación que se te queda cuando acabas de ver esta película, es muy parecida a la que sentí viendo Salvar al Soldado Ryan, el horror y sinsentido de la guerra y los carne de cañón que la habitan. En esta caza del soldado inglés, te das cuenta de que aquel avispero norirlandés fue una guerra civil con mayúsculas. Sobretodo en la primera media hora, el director maneja fantásticamente la tensión y la brutalidad. Va al grano, no se pierde en detalles. Pero llega un momento en el que desconectas, quizá porque no dejan de pasarle cosas al protagonista, cada vez peores, y eso hace que pierda cierta credibilidad el argumento. Mientras a él no le dejan pensar un sólo segundo, pues tiene que seguir corriendo y escapando del horror para salvar su propia vida, se va desentrañando un cruel juego de intereses que implica a todos los bandos del conflicto. Pero al final, él no juzga, no protesta, no emite ninguna queja, sólo regresa a abrazar a la persona que más le importa. Sigue vivo y todos sabemos que nunca más volverá a luchar en una guerra.

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