El plano de la Serpiente, un grupo de nubes que van penetrando lentamente en el valle de Sils-María, y va serpenteando entre las montañas suizas, es recurrente en varios momentos de esta película. Como si algo se nos escapara, como si un mensaje críptico que no logramos captar, o como cuando ponemos la mente en blanco, mientras contemplamos un paisaje bellísimo, que no admite comentarios racionales. Imágenes de nubes de principios del siglo XX y actríces de finales de ese siglo y principios del XXI, que hablan y hablan, que parecen tocarse, pero que sólo están tratando de escapar. Teatro dentro del cine, pero esencia cinematográfica. La vieja Europa y el Hollywood de siempre, se entrelazan, se confrontan y se analizan. ¿Hacia dónde vamos? ¿En qué nueva cosa han mutado las viejas historias, los antiguos rostros, los añejos dramas?. Binoche y Stewart, su duelo en la montaña, con el mejor plano de la chica de Crepúsculo, que no parece que actúa, frente al dramatismo de diva europea de la francesa, con su torturado y sobreactuado dilema pasado de moda, de vieja intérprete de teatro, que es merendada por la savia nueva, representante de un nuevo mundo mutado y que campa a sus anchas en los géneros fantásticos y de superhéroes que definen el cine actual. Cambio generacional, pero historia que se repite, círculo eterno con nuevas caras, pero el cine como la vida, se adapta a nuevas circunstancias. Cambia de piel como las serpientes.

Comentarios