Cuando veo una película donde salen judíos, siempre me parece que estoy viendo la vida de mis primos, costumbres cercanas, rostros parecidos. Incluso en las sociedades con tradiciones más cerradas, late el amor y la vida, y esto no puede ser del todo regulado por unas normas ancestrales. Película inquietante, en el sentido de que, desde una óptica occidental laica, las protagonistas femeninas están sometidas a arreglos y apaños que nada tienen que ver con sus sentimientos, y parecen o son esclavas de sus familias y ciscunstancias. Pero por otra parte, nisiquiera algunos rabinos pretenden que se obligue a casarse contra su voluntad a quien no lo desea, aunque el amor es caprichoso, y las personas tienden a rellenar el vacío dejadas por otras, a reconstruir sus vidas y las de la comunidad de forma creativa. Aún así, el final, cortado de una forma brusca en un momento preciso, nos deja en el aire la pregunta que ha ido flotando durante todo el metraje.
La recomiendo a todos aquellas personas familiarizadas con el cristianismo y sus rituales, pues reconocerá en el judaísmo ultraortodoxo, costumbres, cantos y elementos ya desaparecidos, y sus similitudes con las comunidades amish y mormonas norteamericanas. El Islam vino a purificar y extremar actitudes que ya no tenían ni el judaísmo ni el cristianismo antiguo, que no comían animales impuros, pero que sí le daban al alcohol y al baile. El Islam sería como la versión puritana y seria del judaísmo, más flexible éste último en cuanto a la naturaleza humana y sus defectos. En el siglo XVIII, un mesías-rabino muy conocido, se convirtió al Islam en Turquía o Persia, pues pensaba que esa era la evolución adecuada del judaísmo. Este argumento haría saltar en pedazos hoy en día el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén. De todas formas, habría que redescubrir el cristianismo como aquella secta judáica para gentiles. Son opiniones muy personales.
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