Cuando salían los títulos de crédito de la película, escuché a una señora mayor con cara de felicidad, decir que se había reído mucho, y que había que reírse más. Creo que ese es el éxito de 8 apellidos vascos. Al igual que en Bienvenidos al Norte, ya hacía falta en el cine español la libertad de poder reírnos de nosotros mismos, de nuestros tópicos y costumbres diversas. Sí, es una película local con chistes regionales, pero es que hace muchísima falta. Está presente el humor de Vaya Semanita, tan típico de la ETB, con guión de Borja Cobeaga, el director de Pagafantas, y el humor andaluz del monologuista Dani Rovira, y los dos pegan y se complementan. La idea es brillante : coges dos regiones muy distintas y de diferencias extremas, pero con mucha personalidad cada una y juegas con la visión que tiene de cada una, la otra, para hacer un retrato descacharrante del país y de sus gentes, sin dejarte nada en el tintero. Me quedo con algunas expresiones hilarantes e ingeniosas : el aberchándal en lugar del abertzale y "el líder andaluz de la kale borroka"
Como andaluz alérgico a cualquier tipo de chovinismo y nacionalismo, de uno u otro pelaje, creo ver más lo que nos une que lo que nos separa. Muchos vascos se sorprenderían de lo bailadas y aclamadas que eran las canciones de bandas como Kortatu y La Polla Rekords en Córdoba en los años 80 y 90, y de cómo aborrecíamos el flamenco como música nacional andaluza, el acento andaluz neutro del Canal Sur, el capillismo omnipresente y entorpecedor a nivel del tráfico rodado y peatonal de la Semana Santa, y de cómo detestábamos al típico señorito sevillano miarma de gomina y el Rocío. No es que quisiéramos ser vascos, es que odiábamos los mismos símbolos "españoles". Otra manera de ser español era y es posible, y no nos hacía falta ni la ikurriña ni la estelada catalana para proclamarlo.
Como andaluz alérgico a cualquier tipo de chovinismo y nacionalismo, de uno u otro pelaje, creo ver más lo que nos une que lo que nos separa. Muchos vascos se sorprenderían de lo bailadas y aclamadas que eran las canciones de bandas como Kortatu y La Polla Rekords en Córdoba en los años 80 y 90, y de cómo aborrecíamos el flamenco como música nacional andaluza, el acento andaluz neutro del Canal Sur, el capillismo omnipresente y entorpecedor a nivel del tráfico rodado y peatonal de la Semana Santa, y de cómo detestábamos al típico señorito sevillano miarma de gomina y el Rocío. No es que quisiéramos ser vascos, es que odiábamos los mismos símbolos "españoles". Otra manera de ser español era y es posible, y no nos hacía falta ni la ikurriña ni la estelada catalana para proclamarlo.
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