
La película argentina ELEFANTE BLANCO y la española A PUERTA FRÍA son muy distintas, pero ambas tocan, entre otros, un tema principal, el de la dignidad. Dignidad necesaria para la misma supervivencia y dignidad perdida en base a sobrevivir. Son dos de las muchas caras del sistema capitalista global y sus consecuencias, de la propia humanidad actual.

Nick Nolte justifica su presencia en A PUERTA FRÍA en una única escena, en apariencia sencilla, pero en la que la rudeza, amenaza y violencia que desprende el intérprete con su físico, voz y presencia son indispensables. Tampoco es que merezca una nominación a los Goya, pero es una curiosidad destacable y llamativa en un film que parece pequeño, aunque dotado de lo necesario en una buena película. Un argumento eficaz y buenos actores que lo ejecuten, y eso lo tiene con Antonio Dechent, María Valverde, Hector Colomé, Jose Luis García Pérez y el resto. En su apenas hora y cuarto de duración y una única localización, percibimos un ambiente de perdedores propio del cine negro y en su conflicto se nos hace patente eso de que existen países chulos y países putas, si bien la historia transcurre en una convención comercial en un hotel de Sevilla que podría estar en Casablanca, Las Vegas o Reno. Universal y a la altura, con sus diferencias, de films como EL MÉTODO, SMOKING ROOM, GLEN GARRY GLEN ROSS y similares, con sus diferencias, que pueden gustar a todo tipo de público.

Tanto en A PUERTA FRÍA como en ELEFANTE BLANCO percibo un sentimiento: Derrota. Los curas misioneros y trabajadores sociales del film argentino se ven superados por las circunstancias prácticamente desde el principio, y lejos de predicar con falso optimismo,la película muestra una historia en la que encuentro más similitudes ideológicas con TROPA DE ÉLITE de lo que uno podría esperar en un principio. TROPA DE ÉLITE pero con curas. ELEFANTE BLANCO es muy entretenida y cinematográfica, con profusión de elaborados planos secuencia y medios que aportan una credibilidad importante a las situaciones.

Destila tal amargura y desesperanza que cualquier sutil intento final de aportar optimismo al desenlace resulta inútil, con la certeza de que a los personajes les iría mejor si se entregaran a su hartazgo y abandonaran o se liaran a tiros en lugar de poner la otra mejilla, más por fatalismo cabezota que por amor cristiano.
Comentarios