
Que Eastwood es ya un clásico en vida, es algo que se dice mucho y que se sabe. Que se atreve con todo, también. En esta ocasión, Hereafter es una de esas cintas en apariencia, menores, que se hacen grandes cuando se recuerdan. Es un ejercicio de modestia aunque tenga una fachada barroca, me refiero a una historia con varios personajes, situados en dos continentes, que toca un tema complicado, con el que puedes rozar o caer de bruces en el ridículo, y que suele tratarse de otra forma en el género de lo sobrenatural o fantástico.
Pero Eastwood nos hace a su manera, casi sin darnos cuenta, tres películas en una, la americana, (la mejor para mí), con su romanticismo y melancolía conocidas, con su costumbrismo y humanidad celebrados, que sólo con una escena, la de la clase de cocina con el médium y su compañera de mesa, ya valdría por si sola el coste de la entrada. Después, la inglesa, con su Oliver Twist particular, muy a lo Ken Loach y Mike Leigh, con ese niño gemelo cuya cara de seria responsabilidad te atrapa.
Y la película francesa, más glamourosa, con Cecìle de France buscándose a sí misma, cuyo arranque de la trama, tan al estilo de su jefe en este proyecto, Spielberg, ya te hace replantearte que el cine de Zemeckis o del mismo Spielberg es posible sin ellos detrás de la cámara.
En conclusión, Eastwood puede hacer la película que le de la gana, sin perder su sello. Y éste es visible en la escena final de la cinta, que tanto me recordó a aquella secuencia romántica en las escaleras del monumento a Lincoln de En la línea de fuego, película de Clint Eastwood sin Clint Eastwood dirigiéndola, pero llena totalmente de su alma. Y de almas se habla en ªMás allá de la vida”.
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