
Muchos hemos pasado por esa fase literaria, musical y estética, que podríamos llamar de "bohemia urbana", que giraba alrededor del cine francés, Cortázar y su Rayuela, y el neorromanticismo, cuando uno estudiaba en el instituto los movimientos literarios del siglo XIX. ¿Quién no se ha sentido un raro ó un incomprendido, quién no ansiaba con la mirada a aquellas chicas a las que nunca se atrevía a cercarse?
He asistido a cafés y disco-bares de capital de provincia donde se recitaban poemas y se bebía hasta muy tarde, quizá no absenta, pero sí licores similares. Y he conocido a pedantillos de tres al cuarto que se sentían diferentes con sus boinas y sombreros de ala ancha, disfrazados de autores malditos de otra época. Pero lejos de mirarlos con desprecio o de situarme enfrente de ellos, en aquel lugar que yo mismo criticaba tanto, el de la convencionalidad, el de la normalidad, los observo con cariño, sonrío condescendiente antes sus múltiples poses y les escucho con la nostalgia del pasado.
"La noche que dejó de llover" es un conjunto de tópicos sobre la pequeña bohemia "leída", de personajes que han frecuentado a Baudelaire, Rimbaud, Cortázar, Borges, y quizá a Bolaño. Que admiran desde lejos a chicas malas con flequillo, al igual, que antes yo mitificaba a chicas con peinado de chico, o a esas otras, que en la puerta de la Filmoteca de Andalucía, tarareaban en francés.
Pero dejando a un lado esta Mellon-collie and infinite sadness, parafraseando a los Smashing Pumpkins, me centro en la película. Luís Tosar está magnífico en su papel de Spleen, bohemio de Santiago de Compostela, y borda un personaje con el que es difícil no identificarse. Su conflicto universal, siempre presente, de poder equilibrar la vida imaginativa, creativa y atípica con la supervivencia materialista, galvanizado por una estupenda Mercedes Sampietro, que hace de Madre atada a la tierra, une a esta cinta con otras igualmente mágicas como Good Bye, Lenin, La vida en obras, La princesa y el guerrero, El mismo amor, la misma lluvia o El abrazo partido. Aunque la situación no es original, me refiero a los encuentros "fantásticos" en una noche única, y al enamoramiento mítico con la chica de tus sueños, el hecho de que se sigan haciendo pelis así ya es valioso, pues continúa una tradición estrictamente literario-cinematográfica que no debe fenecer en estos tiempos desilusionantes. Una costumbre rabiosamente europea, aunque la atisbemos en el cine latinoamericano y en algunas muestras norteamericanas.
De todas formas, hay un mensaje que me ha gustado, el personaje trasciende su pose egocéntrica en un momento de crísis personal, para ayudar a otra persona a conseguir su sueño, mucho más terrenal y sin embargo, movido también por el amor.
*Agradecido a la página CINECONNECTION, de Facebook, que ha posibilitado que este humilde crítico de CinèmaGenevieve, viera gratuitamente en el cine Luchana de Madrid esta película.
Comentarios