
SKYLINE supera con creces mis exiguas expectativas, dado que el film anterior de sus realizadores, ALIENS VERSUS PREDATOR 2:REQUIEM, resultó fallida en gran medida. En este caso, la economía de medios (deslumbrantes, por otra parte) y las restricciones de la puesta en escena hacen brillar un film que en otras manos no sería nada especial, pero que aquí potencian con equilibrio entre la fantasía creíble de personajes como MONSTRUOSO (CLOVERFIELD) y una invasión alienígena propia de un buen videojuego. Incluso el protagonista, afirma perplejo en un momento que “esas cosas no parecen reales”, y es la suspensión verosímil de la realidad el gran acierto del filme, cuyo final abierto (ya integrado de lleno en el delirio visual más puro) deja con ganas de más tras la batalla de Los Ángeles, superando por ello los planteamientos ya clásicos de INDEPENDENCE DAY, donde la plomiza perorata de los personajes arruinaba sus destellos de cine épico. Aquí la tardía y oportuna aparición de los soldados no va hinchada de patriotismo estético y los protagonistas (unos técnicos de efectos especiales de Hollywood, que habitan el ático propiedad de uno de los responsables de la peli, técnico de efectos visuales, claro) se ven atrapados en el fuego cruzado entre aliénigenas y militares, a los que, por otra parte, podemos observar inmersos en un conflicto indeseado de autodefensa global, una justificable guerra justa e inevitable, por fortuna nada que ver con la realidad, donde los humanos nos asemejamos más a los ruines saqueadores de AVATAR. Y me gusta que la poca infantería que aparece deba abrirse paso desde las azoteas con bazukas, como en los INVASORES DE MARTE que Tobe Hopper realizó sobre un film de los 50 en la década de los 80.
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