

Nos hacen y nos forman las idas y venidas de las generaciones, movimientos entre países, traslados de fronteras, identidades transformables. Desde el desarraigo urbano, volvemos a la tribu y a la sabiduría ancestral, a la familia, la tribu más básica. Y entretanto, nos sentimos exiliados, pero sólo en el camino de regreso a casa. La música, el baile, el grito primigenio ritualístico como catarsis personal y colectiva. Cantar el mal espanta. No sabemos exactamente de qué huyen, que diablos tienen dentro estos personajes francesitos en principio casi descerebrados, superficiales, bohemios caóticos europeos que regresan a su madre patria Argelia, mientras los norteafricanos cruzan el estrecho hacia el sueño europeo.
Tony Gatlif nos ofrece otra historia sobre nómadas. Si ya tocó el tema del pueblo gitano español, de los romaní balcánicos, ahora habla de la emigración norteafricana y de las comunidades del extrarradio que también conforman Europa.
Como película y no como tratado antropológico, sé de un antiguo conocido al que estos dos personajes frívolos le molarían, porque son arties, porque han leido a Kerouac, porque son medio hippies, porque uno de ellos lleva sombrero, porque es pedante, porque es una historia de amor fou muy a lo al final de la escapada etc.. actitudes y poses que molan a los 20 años cuando todos queremos ser Russian Red. A mí personalmente, lo que más me ha gustado es la parte documental, menos ficcionada, lo que tiene más interés antropológico, como el plano secuencia de la última etapa que muestra el ritual hipnótico rítmico, que no tiene nada que envidiar a las ceremonias afrocubanas o haitianas de vudú y expulsión de demonios interiores.
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