


Envidio de los frikis su pasión y compañerismo, su sentido de tribu, de pertenecer a una saga, una logia, una entidad con su propio idioma, sus clichés, sus conversaciones y debates detallistas sobre matices de argumentos, dibujos, actores, multiversos. Han creado una cosmología particular, una mitomanía que comenzó a finales de los 70, y que siendo considerada como marginal, ha ido apoderándose de la cultura popular mayoritaria. Importada de los EEUU, como casi todo, porque allí, en su industria, se inventaron los grandes clásicos frikis, y allí generaron a estos consumidores culturales y sociales, con sus productos propios, que alguien diría infantilizados. Esto es su sino; quien quiere hacerles daño, les llama inmaduros, infantiles, niñatos. Pero es porque no les conocen, porque se quedan con la superficie. Lo que no entienden los que los critican, es que no hay nada malo en las cosas en las que los frikis creen, no han venido a este mundo a hacer daño, a explotar a los demás. Son creativos, sociales, se gastan su dinero en lo que les gusta, sus aficiones y colecciones mientras siguen con sus vidas más o menos convencionales que esta sociedad les impone. Es su vía de escape, o no, y hay que respetarles. ¿Acaso son menos frikis los hinchas de fútbol, los apasionados de los coches y las motos o los videojuegos? ¿O esos que coleccionan los últimos aparatitos electrónicos que salen al mercado? ¿O aquellas que están todo el día en las tiendas de los centros comerciales probándose modelitos y perfumes? Las chicas también son frikis. Las nuevas generaciones femeninas se están enganchando al manga, a la animación oscura a lo Tim Burton, a las sagas vampíricas crepusculares o harrypotterianas. Y el friki comienza a trascender la imágen del tío raro con la cara llena de espinillas, incapaz de ligar y pajillero. Como Hiro Nakamura, uno de estos frikis acabará salvando el mundo.
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