

¿Se dan cuenta algunas personas de que han gastado la mayor parte de su vida trabajando y criando a unos hijos que cuando sean mayores, les darán la patada?
Japón como encuentro con uno mismo y los sueños recuperados. Tierra extraña, pero cuyos ritos y tradiciones, excéntricas para el ojo occidental, nos amanceban con lo artístico que llevamos dentro.
Película nada pretenciosa, emparentada con La ciudad blanca, Gran Torino, El nido vacío y todas aquellas historias que reflejan el final como principio de una vida mejor, más íntegra y verdadera.
El maduro protagonista no se pierde en Tokio, no se siente perdido con el idioma incomprensible, sale a la calle para encontrar su lugar, el deseo y el mito de su fallecida esposa, y hace suyos los anhelos de su mujer.
El trabajador gris alemán encuentra un sentido zen en el peregrinaje al Monte Fuji con la artista callejera huérfana que encuentra por casualidad, a la que nombra su heredera.
Occidente, Europa, no sabe que hacer con sus viejos. Asia los venera, les da su lugar en la sociedad, un sentido, les proporciona equilibrio, integrados en la naturaleza.
El sintoísmo, el budismo, la danza ritual, permite que las personas expresen su dignidad, su talento interior, su emoción íntima sin verse raros ni apartados. Se sienten fluir sin ser juzgados. Se sienten personas.
Una sociedad que no nos permite expresarnos en la totalidad, como seres espirituales y emocionales, nos cercena, nos oprime. Nos convierte en objetos productivos, en meros fabricantes de descendencia alienada, extranjera, extraña a nosotros.
Necesitamos la Belleza de los campos de cerezos en flor para ser felices.
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¡¡ Fuji Benidorm, ciudad de vacaciones !!