

Recuerdo aquellos años 90 con sus programas de Lucha Libre en Tele5, y recuerdo también una extraña premiere de una peli de James Bond en Londres, año 96, mi colega Miguel y yo contemplando extasiados a un Mickey Rourke, ya con la cara destrozada y vestido de chaqué, entrando en un típico taxi negro inglés. No sé si nos miró, yo temía que se volviera y nos atizara un par de hostias, pero el tío parecía tranquilo, y simplemente se metió en el taxi y se marchó. Recuerdo a este tipo, con melena casi rubia y mallas, haciendo el ganso en un programa malo de la cadena amiga, mostrándonos el rostro de la decadencia más absoluta, y lo veo ahora, acabado pero digno en una de sus mejores interpretaciones, creíble hasta la médula como luchador de wrestling. La película es mediocre, pero él construye con dolorosos pequeños gestos un personaje inolvidable. Se merecía el oscar por ser quien es, y no haber muerto. Y la gran Marisa Tomei, qué cuerpo, a su lado.
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