
Como Vulcano, se ve obligado a dejar de fabricar en su fragua sus útiles de pescador y forjar de nuevo las armas de los dioses. Con ellas hurgará a su pesar en el pecho de sus enemigos para alcanzar su propio y negro corazón de las tinieblas, pero esta vez quiere rescatar lo único que ya no tiene salvación: la inocencia.
La catarsis que viví (vivimos) durante los últimos 20 minutos de película (una carnicería) es similar a la que tuve hace un año o más viendo una escena de la primera temporada de la serie Roma, en la que Tito Pulo se batía sangrientamente (como nunca se había visto en una miniserie) en la arena del circo al grito de ¡Decimoterceraa!.
Un estado de Berseker homicida sencillamente épico y sanguinario que arrancó gritos, carcajadas y aplausos del escaso público de la sala de cine (todos hombres, previsiblemente). El Rey de la Muerte ha vuelto, y de nuevo dejará sus oficios, ya sea pescador con arco, gladiador en el tíbet o cazador de serpientes, para darnos guerra. En la próxima entrega , sospecho que podría ser susurrador de caballos y explorar su alma bajo los efectos del peyote en la tienda de un chamán.
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