
A veces me gusta recordar la sordidez que aún permanece debajo de todo lo alemán, y ese control sobre las emociones que convertían al germánico en robot humano, que cuando se desfogaba, mejor era quitarse de enmedio. Cuando rememoro la particular visión alemana de los pornográfico, que es excesiva y bizarra, y esa vena hortera que hermana a Fassbinder con Almodóvar, me congratulo en volver a percibirla en películas como ésta. Quizá un poco sobrepasado por la violencia sin fín de la genio de la música postadolescente, que a veces ya ni venía a cuento, y por sus actuaciones sobreactuadas de nueva estrella de la música contemporánea con toques de Mayumaná, pero conmovido por la vieja profesora de piano, que intenta inculcar un poco de órden y buenas maneras antiguas en unos desechos humanos sin rumbo, castigados por la puta vida moderna. Nadie es inocente, todos escondemos cadáveres en el armario, nadie puede entonces dar lecciones de moral, todos debemos ser humildes. Alemania y su pasado nazi, la vieja y su salida del armario, la genio que no se sabe qué coño hizo en realidad, y por siempre, por encima de todas las cosas, la música. Un país de monstruos que adoran la música, el órden y la disciplina, bella y demoníaca a la vez. Y una cría que tiene que aprender eso para después soltarse e improvisar, CREAR su propia música mestiza, de negros. 4 minutos muestra muy bien por donde van los tiros en Alemania, como dialoga un país con su pasado y su presente, qué tipo de nueva identidad se está fabricando para mirar al futuro. El robot humano necesita bailar reggaetón. ¿Qué opinaría Kraftwerk de esto?. Bueno, seguro que están en un hotel de Mallorca reservando hamacas en la piscina.
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