Una tarde de primavera vi Un otoño sin Berlín, una pequeña película vasca con
Irene Escolar. Desde el principio esperaba que fuese una película fría,
silenciosa, sin historia culebronesca, que aportara algo diferente, que
no te lo contara todo, etc... En parte ha sido así, y cuando mejor me
parece que funciona es cuando la cámara se detiene en la expresión de
Escolar, cuando no habla. Pero entiendo que al
final, tienes que lucir a la actriz, que encima tiene buena reputación
en teatro, y la directora ha querido que Escolar despliegue todos sus
recursos interpretativos. No lo necesita. Ya es suficientemente
fotogénica. El cine no necesita de tanta exposición. El menos es más es
la principal regla en la narración cinematográfica, la que mejor le
sienta. Y echo de menos algo de ese cine enfermo de personajes
ensimismados y casi autistas, de frikis extraños, de gente que se siente
extranjera en su propia casa. Algo de eso hay, pero menos de lo que me
gustaría. Parece que somos demasiado normales, que no nos gusta destacar
nisiquiera en lo estrafalario. Ay ese primer Juanma Bajo Ulloa, qué
bien aprovechaba esos paisajes grises vascos en Alas de Mariposa y La
madre muerta, sus dos obras maestras. Líricas, extrañas, extranjeras.
Esa chica que regresa de Canadá pero que está obsesionada con marcharse a
Berlín, y eso que el idioma extranjero que conoce es el francés. Qué
perra le da con Berlín. Y su compañero, ese chaval no se sabe si
depresivo o raro, es el que sabe alemán sin haber salido nunca de su
casa. El que escribe relatos cortos, en cuadernos infinitos. El que se
encierra en su cuarto y no se habla con su madre. ¿Te ha pedido él que le
lleves a Alemania?. Irene Escolar o el viaje a ninguna parte. Pero vale
la pena visionarla, porque el estilo de la directora Lara Izaguirre tiene mucho
potencial.

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