No me ha fascinado la última película de Woody Allen, pero sí me ha hecho pensar. Tiene un poso de tristeza y de pesimismo vital judío ya conocido en este artista. No tiene ya nada que demostrar, es un viejo sabio que nos cuenta los mismos temas en diferentes tramas. La creación de personajes llenos de verdad es su fuerte, y a estas alturas, Allen llama a las cosas por su nombre, lo cual es de agradecer. Desgrana la condición humana como lo que es. La religión hebrea no cree en el Más Allá. Y se nota.
Ese Carpe Diem vivido con cierta responsabilidad en este Teatro del Mundo reconcilia, aunque te deja con la mirada un tanto húmeda.
¿Quién no se ha enamorado de verdad y se ha dejado llevar completamente?.
En su aparente levedad, Allen cuenta cosas profundas.
Quizá a los protagonistas, demasiado jóvenes, no les pega del todo las frases de los diálogos allenianos, y Jesse Eisemberg parece estar imitando todo el rato a los personajes que interpretaba Allen en sus películas. Me parece más creíble el personaje interpretado por Steve Carell, más maduro y resabiado, como el director.

Eso sí, qué guapas saca Storaro a las actríces, que tienen en esta película algo del glamour de ese Hollywood dorado, en cuyo extrarradio se sitúa la trama argumental.
Ese Carpe Diem vivido con cierta responsabilidad en este Teatro del Mundo reconcilia, aunque te deja con la mirada un tanto húmeda.
¿Quién no se ha enamorado de verdad y se ha dejado llevar completamente?.
En su aparente levedad, Allen cuenta cosas profundas.
Quizá a los protagonistas, demasiado jóvenes, no les pega del todo las frases de los diálogos allenianos, y Jesse Eisemberg parece estar imitando todo el rato a los personajes que interpretaba Allen en sus películas. Me parece más creíble el personaje interpretado por Steve Carell, más maduro y resabiado, como el director.

Eso sí, qué guapas saca Storaro a las actríces, que tienen en esta película algo del glamour de ese Hollywood dorado, en cuyo extrarradio se sitúa la trama argumental.
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