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GATSBY, SIN EL GRAN

A pesar de todos los obstáculos encontrados en la sala de cine que me impidieron ver concentrado esta película, como por ejemplo, una banda de preadolescentes confundidos y coñazos, los que aún no sé como se metieron a ver esta película y no una más apropiada de mamporros, y que aburridos, no hicieron más que molestar soltando paridas unas detrás de otras, logré disfrutar de la mayor parte del metraje de El Gran Gatsby. Creo, soslayando todas las malas críticas que han vapuleado esta cinta, que es fiel a la obra original, y que, salvando las distancias, usa la narración fílmica de la misma manera que hizo Lars von Trier en Europa. El inicio de la película es espectacular, con el dinamismo de un musical moderno, marca de la casa del director australiano. Sabe mantener la intriga y el deseo de conocer al misterioso personaje que se esconde detrás de Gatsby. También, la presentación de su amor de juventud, interpretado por Carey Mulligan, y la divertida y patosa cita en la casa de Tobey Mcguire, van creando interés y empatía por los personajes, pero cuando la película, que hace una buena introducción del Nueva York de los años 20 y de un momento de alborozo capitalista y financiero, similar a nuestro tiempo actual, se adentra en el argumento culebronesco de la obsesión de Gatsby por su amada de juventud, la historia ya deja de interesarme, porque se presenta repetitiva y larga. Di Caprio consigue transmitir la angustia y la impotencia de un personaje hecho a sí mismo, y acostumbrado a ganarlo todo, pero la cinta cojea porque no logra, a pesar de su grandiosidad, mostrar un fresco completo de la época. Quizá no sea ésta la ambición del director, que no es Cecil B. de Mille ni Coppola ni Sergio Leone en Érase una vez en América. Me temo que ese tipo de cine ya no volverá, por lo menos de esos lares. A más inri, una vez cerrado el final literario de la cinta, el proyeccionista paleto de la sala cortó de manera abrupta los títulos de crédito, sumiéndome en el estupor y el cabreo. Mi conclusión es que ya no hay cultura ni educación para estar en una sala de cine. La gente habla como si estuviera en el salón de su casa, engulle palomitas y sorbe cocacola como si no hubiese un mañana. Dan ganas de quedarse frente a la pantalla privada del hogar de uno, viendo series de tv o películas, sin tener que aguantar la falta de respeto de nadie. Quizá me estoy volviendo un antiguo, un retro, pero me dio la sensación, de que El Gran Gatsby, a pesar de sus fallos, muestra un tipo de cine y de historias que ya sólo interesan a las personas maduras, mejor dicho, adultas. Y deberían prohibir la entrada a los niños a las salas donde se estén proyectando.

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