
Siempre teme uno que el paseo de las estrellas de Hollywood por el universo indie acabe en bluff o en pose artificiosa. En este caso, GREENBERG, con argumento de Jeniffer Jason-Leigh (que hace una colaboración en pantalla), es prueba de solvencia.
Ben Stiller interpreta de forma creíble a un perdedor misántropo, más bien autista, que decide no saber conducir (un suicidio en los Estados Unidos) ni quiere relacionarse con los demás. Es una persona que no siente empatía por la gente, que no se ofrece y que vive recluido en su mundo de cartas-protesta a las grandes corporaciones, en su afán de perfeccionismo maniático.
Pero se cruza en su camino una chica jóven, sencilla, ingénua y también dolorida por la vida, que se fija en él, mucho más maleado y quemado, por edad y trayectoria.
En manos del director uruguayo de Whisky o del finlandés Aki Kaurismaki, este personaje habría llegado a cotas de hastío sublimes, pero lo entronco más con el grandísimo Bill Murray de Flores Rotas, del muy zen Jim Jarmusch.
Quizá esta cinta gira demasiado sobre sí misma, alargando un metraje y una historia a la que se intuye como va a acabar, pero me quedo con la buena composición de personajes (fuera de onda) y sobretodo, con el coraje y la valentía, no sólo de representar un retrato generacional de alguien maduro que no encuentra su lugar, sino de hablar con normalidad de asuntos muy censurados en las películas de Hollywood como el aborto.
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