

No sé por qué, esperaba en Biutiful un relato en el universo de Pedro Páramo, un ángel caído, un arcángel exterminador, un compañero de la Santa Muerte, viajando entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos, por una ciudad atemporal, mestiza y que sólo existe en los sueños. Barcelona es aquí como el DF, más latina que nunca, con santos civiles en las aceras, Bardem como el Santo Job, lleno de padecimientos en su camino hacia la redención, mientras su buena voluntad llena de cadáveres sin fundamento, las olas del puerto. Su personaje, ex-yonqui arrabalero, posee sólidos valores paternales, e intenta educar a sus hijos en el buen camino, a pesar de todos los obstáculos. Todos dicen que lo mejor de esta película es el personaje compuesto y creado por Bardem, y es cierto, pues le da consistencia y credibilidad a un humano entre-tierras, que se maneja bien en situaciones ambivalentes, que no pertenecen ni al género fantástico ni al de denuncia social, un híbrido muy mexicano, que tampoco cae del todo en el realismo mágico, pues a pesar de todo, esto sigue siendo Europa. Pero como la cinta no se agarra del todo bien ni al culebronismo dramático, ni al costumbrismo, ni al género sobrenatural, ni al puzzle internacional y cosmopolita habitual de Babel y 21 Gramos, es Uxbal (nombre afortunado y propio de un personaje de las novelas de Álvaro Mutis, como Maqrol el Gaviero) quien lo une todo.
Quizá, pero no me hagan caso, sea el contratante civil de Buried el moderno Pedro Páramo de nuestro tiempo. Uxbal es el heredero de Buñuel, del gótico tropical latinoamericano (ay, cuándo se harán adaptaciones de los relatos terroríficos del gran Horacio Quiroga..), y sugiere mucho más que lo que muestra el resultado final, de la que sí, es verdad, es para mí la mejor película hasta la fecha de Iñárritu.
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