

En las últimas tres semanas me he tragado enteritas las dos primeras temporadas de Deadwood. Es una serie de TV de HBO ambientada en un pueblo de buscadores de oro en territorio indio aún no anexionado a EE.UU.
Comenzamos con las tribulaciones de los ferreteros Seth Bullock y Sol Star a su llegada al campamento (aún no es un pueblo de verdad) y a partír de ahí conocemos una galería de personajes tan variada como interesante. Desde el dueño del burdel, ganster, conspirador, ladrón y canalla inglés Al Swarengen (uno de los mejores personajes de la televisión reciente, repleto de matices y con unos envidiables y mordazes diálogos), hasta el chino Wu (desternillantes sus conversaciones surrealistas - no habla inglés- con el anterior), pasando por el médico del asentamiento, interpretado magistralemente por Brad Dourif, un maquiavélico empresario encarnado con maldad por Powers Boothe, Trixie la puta, Alma Garrett, e incluso famosos personajes históricos como Wild Bill y Calamity Jane, entre otros muchos.
Quizás pudiera echar en falta mayor cantidad de escenas de acción (pese a que la violencia, cuando aparece, es brutal y realista) pero ese interés lógico en un western producido por Walter Hill- que dirige el primer capítulo- se desvanece cuando me atrapan las laberínticas intrigas que moldean el destino de Deadwood y un trocito de la historia de Estados Unidos. Historia Real, porque el pueblo existió (¿existe?) realmente.
Espero con ansia la edición en España de la tercera y última temporada de este apasionante tratado de las pasiones y la naturaleza humana que tanto me recuerda y tanto se parece (y se distancia) a la también magnífica ROMA.
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