
Si esta película hubiese durado lo que tenía que durar, estaríamos hablando de un tema interesante. Pero como cuenta demasiado, se esmera en pasar de la elipsis y el director no quiere sacrificar nada en el montaje, llega un momento que se aburren hasta las moscas.
A ver, salen retratadas vidas suburbanas aburridas, personas que como tú y como yo, están metidas en embolaos convencionales cuando desean otra cosa, son elefantes en cacharrerías de adosado, gente de letras para un mundo de empresariales. Los humanistas que no vivieron en su adolescencia lo que tuvieron que vivir, se casaron demasiado pronto, parieron a hiperactivas criaturas que los desbordaron, y se desenamoraron. El moralismo social que todo lo atrapa y que encadena, ese puritanismo americano que tanto daño les hace y nos hace, los viste de adultos cuando son sólo niños sin madre que quieren jugar cinco minutos más. Madáme Bovary de extrarradio, Kate Winslet se hace desear más que nunca. Olé por ella. Babeamos todos cuando se pone el bañador rojo y se va a la piscina de la urbanización a buscar a su amado. En esas escenas de complicidad entre ella y el tío de Hard Candy la película gana enteros, sólo falta que llegue por allí Burt Lancaster y se tire al agua, como en el nadador, cinta a la que está muy próxima.
Ya se sabe que los americanos son tan inexpresivos como los alemanes en asuntos del corazón, pero pasiones haylas debajo del culto al trabajo. Cuando se desenfocó la historia de deseo y seducción, la peli dejó de interesarme.
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